Productos culturales

08/08/2023

A propósito de un tema que nada tiene que ver (sobre el seleccionador de fútbol masculino), el comentarista de Eurosport Sergio Manuel Gutiérrez dice que vivimos en un «planeta global pero de productos culturales casi individualizados». (Enlace): reflexión con la que estoy de acuerdo y a la que volveré más adelante, pues la idea de este texto se basa en una observación que vengo haciendo desde hace un tiempo y que no estoy seguro de si es algo real o un sesgo personal que no se sostiene a través de la evidencia.

No es nada nuevo el hecho de que haya fenómenos artísticos masivos, que parecen dominar el panorama cultural de forma avasalladora. Lo que sucede es que en los últimos tiempos tengo la impresión, que no la certeza, de que hay una serie de productos culturales que tanto seguidores como medios intentan de forma machacona que consumas aunque no sean de tu interés. La supuesta calidad indiscutible de los mismos ha de superar la frontera de los gustos e intereses de cada cual, como si existiese la obligatoriedad de verlos, escucharlos o leerlos a riesgo de convertirte en un hater o alguien fuera de onda. En mi caso concreto, este fenómeno lo he observado con Avengers: Endgame, El Madrileño de C. Tangana, BTS en general, el Motomami de Rosalía, las colaboraciones de Bzrrap y recientemente con la película de Barbie. Son películas y discos que en ningún momento me llaman la atención como para dedicarles un rato de mi vida a degustarlos al completo para poder hacer una crítica, favorable o desfavorable, construida. De los mencionados, Avengers: Endgame la vi «resumida así nomás»: el canal de YouTube Te lo resumo así nomás se dedica a desmenuzar películas y series de forma breve y divertida, así como al análisis de la evolución de géneros cinematográficos o hacer biografías de actores y directores. De las tres horas que dura esta entrega de Avengers vi dieciocho minutos de resumen. Si este canal hace lo mismo con Barbie, lo veré. De los otros sólo escuché un breve fragmento de C. Tangana y no me impresionó: la rumba que se marcaba la podría haber firmado el mismo Peret sin problema.

El resumen de Avengers:Endgame

Aparte de esta impresión, otra que tengo relacionada con eso es que da la sensación (que no certeza, así que puedo estar equivocado) de que no sólo no puedes criticar el producto cultural que quieren venderte a toda costa, sino que ni siquiera puedes decir que no te interesa. Ya no es cuestión de criticar sin conocer, también es que simplemente optar por dejar de lado un producto que no te llama la atención está mal visto, siendo esta opción percibida como de gente cerrada y más cabezota que cerril, aunque también tengo esa percepción de esto último. La defensa a través del argumento que cita Sergio Manuel Gutiérrez no parece ser válida, aunque se esté de acuerdo con ella. Por mucho que uno tenga productos hechos a su medida, y que dentro de éstos tenga que hacer selección porque el tiempo no alcanza para leer, ver y escuchar todo lo que a cada cual le gustaría, dejar fuera estos productos de consumo casi obligatorio se percibe de forma negativa entre los adeptos más acérrimos. Y es algo que me chirría tanto como el de la crítica sin conocimiento.

Todo esto no son más que conjeturas: puede que mi percepción esté distorsionada por prejuicios propios, como mi poca afición al cine de superhéroes, o a música como el pop o el reggaeton, en vez de ser algo objetivo. Por eso más que una conclusión lo que planteo son preguntas al respecto, porque no tengo claro que mi criterio sea correcto o extrapolable a otros fenómenos distintos a los citados. Quizá lo que a mí me parece una murga insoportable en cuanto a la difusión de esos productos (no discuto la calidad, porque no tengo herramientas para ello, sino a una posible sobreexposición de los mismos), no sea sino la cantidad justa que dichos productos merece. Y puede que mi percepción sobre ser criticado por no consumir deliberadamente aquello que no me interesa sea una apreciación sin fundamento. De ahí la necesidad de este artículo: salir de dudas sobre estas cuestiones confrontándolas con otras ideas, visiones y percepciones. O quizá no, dada la posible variedad de las mismas. En cualquier caso, merece la pena intentarlo.

Nos crecen los enanos

13/09/2022

Decimotercera novela de César Pérez Gellida y, aunque parezca imposible, nuestro calvo favorito no desfallece en cuanto al nivel de su producción literaria, tanto en cantidad como en calidad, lo cual es una bendición para los Gellidistas (y un tormento para los reseñistas, porque nos salen artículos clónicos).

Esta novela combina elementos de las dos anteriores, pues retoma los hechos acontecidos en Astillas en la piel y recupera al equipo de investigación de La suerte del enano. También sigue un pequeño patrón de las mismas, y es empezar con un flash forward de lo que nos espera unos cientos de páginas más adelante, y que se irá hilando con el resto de la trama a lo largo de las mismas. Después arranca la novela en sí con una perra llamada Roma (seguro que a alguno os suena) escarbando en un pinar mientras ignora a sus dueños (un calvo y una mujer de pelo de fuego que seguro que a los Gellidistas no les son desconocidos) para acabar hallando dos cadáveres, lo que tendrá dos consecuencias: la puesta en marcha del equipo investigador de Sara Robles (Policía) y Bittor Balenziaga (Guardia Civil) y que el asesino (de quien no diré el nombre por si el lector prefiere empezar por Astillas en la piel) deje su estado de latencia y vuelva a matar, dejando como su firma la llamada sonrisa de Glasgow. A partir de aquí, Gellida irá intercambiando los puntos de vista de asesino e investigadores con mucha fluidez para imprimir su habitual ritmo demoníaco a una trama que, como siempre, se va complicando según avanza.

Hay algo que pretendía conseguir el autor en esta novela, y era darnos un personaje con el que el lector empatizara pero no de forma positiva, como sí sucedió con otros antagonistas de otros de sus libros. Y la verdad es que con este asesino que nos ha regalado ha conseguido lo que quería, pues no hay por dónde agarrarlo, ni un solo asidero que cause la más mínima de las simpatías ya desde un principio, pero es con cierto detalle de sus correrías por el sur de la península lo que consigue que haya punto de no retorno, tanto para el lector como para una Sara Robles que estalla en ese momento, agobiada ya por el peso de la investigación, la presión de superiores y prensa (volveré después a este punto) y su propia vida personal, hasta el punto de casi convertir el caso en una vendetta. También la vida personal de la jefa de Homicidios será un factor de peso en la novela, hasta casi un punto de ruptura. Bittor Balenziaga también tendrá que lidiar con sus problemas personales mientras sigue con el marrón del caso y coordinarlo con Robles y su equipo, y tendrá un papel fundamental en el nudo del libro. Ruth Domínguez es una periodista en un medio del tres al cuarto que se verá catapultada al estrellato de la noche a la mañana, y acabará por verse más metida en el centro de la trama de lo que en un principio había planeado. Paz Velasco también jugará su papel en pleno meollo al ser la doctora que trata al asesino y le ayuda a entender mejor los impulsos que le mueven, aunque él camufle su interés gracias a su actividad profesional. Otro personaje que destaca, aunque su presencia sea más bien breve, es el abogado Oriol Mateu, un Saul Goodman patrio al que no sería raro ver atrapado en una de esas tramas de corrupción política que salpican los telediarios nacionales. El último, por inesperado, será Michelle, pero mejor no añadir mucho más para evitar spoilers.

Ritmo y estilo son una constante ya en el llamado «género Gellida» y esta ver no es menos. Con el primero, el autor no da respiro al lector durante la mayor parte de la novela, excepto las intervenciones de la ya citada doctora Velasco, ya que sus análisis psiquiátricos requieren de cierta pausa para que el lector pueda empaparse correctamente de los diálogos que mantiene con su paciente: son complejos, pero no hasta el nivel de que haya que recurrir a fuentes externas para discernir significados. Al mismo tiempo, el ritmo, por muy veloz que sea, no es aturullado en ningún momento, y los cambios de punto de vista fluyen gracias a que se enlazan palabras o frases del último párrafo con las del siguiente cada vez que interviene un personaje distinto. Además, cada vez que habla el asesino lo hace en primera persona, lo que hace que destaque aún más sobre el resto. Los distintos capítulos esta vez vienen encabezados con diferentes personajes de circo, y en algún momento dado se incluyen dentro del propio texto.

El estilo es algo de lo que ya he hablado en otras ocasiones y que se sigue manteniendo a lo largo de Nos crecen los enanos: directo, sencillo, muy visual y cinematográfico. César no se corta un pelo a la hora de describir las escenas más macabras, pero siempre con precisión y sin necesidad de alargar el horror más allá de lo estrictamente necesario con cruentas y largas descripciones que den la impresión de que haya regodeo en lo gore. Pero está claro que la sangre salpica, los tiros desgarran y los golpes duelen. El manejo de los diálogos contribuye mucho a esa sensación de película, pues uno diría que oye perfectamente a los personajes y su forma de ser particular a través de las palabras pronunciadas.

En definitiva, que César Pérez Gellida ha vuelto a hacerlo por decimotercera vez y se ha sacado otra novela adictiva que se leería casi del tirón si no fuera por las seiscientas páginas que la conforman, aunque no dé esa sensación en ningún momento, pues como todas las anteriores se devora más que se lee. Además, nos avisa de que retomará aventuras de determinados personajes y tal como acaba Nos crecen los enanos ya ha conseguido que se nos vuelvan a poner los dientes largos. Y que sea por muchos años.

Astillas en la piel

18/09/2021

Complicado lo ha puesto César Pérez Gellida a aquellos que queremos hacer una reseña de esta nueva novela, la duodécima, y que al igual que la anterior, se puede leer de forma independiente. Y es que a pesar de ser otro novelón, es muy difícil hablar de ella sin destriparla a los posibles lectores. Y con lo que le gusta a servidor analizar lo más a fondo posible los distintos aspectos de una novela, hacerlo sin hablar más de la cuenta se me antoja encaje de bolillos.

Ciñéndonos a lo estrictamente necesario, Astillas en la piel trata del reencuentro de dos viejos amigos, Álvaro y Mateo, en Urueña, pueblo de Valladolid catalogado como conjunto histórico-artístico y llamado Villa del Libro, una tarde de noviembre bajo una implacable y heladora cencellada. Ambos tienen una vieja cuenta pendiente que ajustar desde el pasado, y ha llegado el momento de cobrarla. Ellos dos son los protagonistas absolutos de la novela, con un pequeño grupo de secundarios, al contrario que en las anteriores novelas del autor, plagadas de multitud de personajes. Tan reducido elenco no impide que el libro sea un thriller absorbente como ya nos tiene acostumbrados el escritor vallisoletano, aunque con sus propias características.

Una de ellas es el ritmo de la novela. En obras anteriores el ritmo suele ser frenético, salvo excepciones como en Sarna con gusto o el final de Consummatum est. Aquí tenemos un inicio explosivo, con un flash-forward a sangre (guiño, guiño) y fuego, marca de la casa. Después pasamos a una narración mucho más pausada, en la que se alternan dos puntos de vista y dos líneas temporales: el presente nos lo cuenta Álvaro, novelista de éxito gracias a las aventuras de un asesino en serie, y el pasado Mateo, un crucigramista arruinado que aporta el origen de la amistad de ambos y los hechos que dan pie a la vieja deuda, esa astilla en la piel de la que nos habla el título, un tiempo pasado que le quita la razón a Jorge Manrique. A partir de cierto punto de la novela entra una tercera voz, la del castrense (que no cuadriculado) teniente de la Guardia Civil Bittor Balenziaga, a quien le ha caído desentrañar el desaguisado que, inevitablemente, se acaba produciendo (porque por mucho que la contraportada y los reseñistas nos empeñemos en ocultarlo, el potencial lector se imaginará que aquí hay un desaguisado, o esto no sería un thriller). Alternando los tres puntos de vista, a partir de cierto giro de los acontecimientos la velocidad de crucero del llamado “estilo Gellida” (por lo visual y cinematográfico del mismo) vuelve por sus fueros hasta el final, sorprendente y bien hilado.

Como es obvio, al haber dos personajes principales dominando toda la trama son los que más destacan de los participantes, aunque incluso los más secundarios tienen su encanto o un papel potente en la trama, pero como hay que evitar spoilers me quedo con ellos y un tercero que no es un personaje per se, pero cuenta. Álvaro aparece como un jovencito rubio, resolutivo y canchero, inevitablemente apodado Schuster, como el exfutbolista alemán, debido a la época donde se ambienta la parte que narra Mateo. Su éxito con las aventuras de Suso, el asesino en serie, se ha dado en los últimos años, hasta el punto de no saber ni cuánto dinero tiene en la cuenta. Mateo es un joven apocado y temeroso debido a sus experiencias familiares, lo que le llevará por la calle de la amargura a lo largo de la trama (de ello hablo un poco más adelante, sin detalles). En honor a Mateo, cada capítulo empieza con una definición de un crucigrama, que el lector puede resolver al final, pues dispone de la cuadrícula, las definiciones recopiladas y las soluciones al final del libro. (Servidor admite que no lo ha resuelto, entre la pereza y las ganas de seguir leyendo). La trama hace que las luces y las sombras de ambos lleven al lector a sospechar alternativamente del uno y el otro. El tercer elemento es el paso del tiempo, porque a lo largo de la trama se nos va hablando de momentos clave en la evolución de los personajes que transcurren entre la parte que narra Mateo y el presente, como por ejemplo, la última vez que se vieron los protagonistas antes de su reencuentro en Urueña. Junto a esos hechos puntuales van apareciendo los secundarios de los que mejor no dar nombres para no dar pistas al lector, y cuyo papel, mayor o menor, es clave para el desarrollo de los acontecimientos, por muy fantasmal que sea su paso por las páginas del libro.

Otra cosa que cambia junto con la cantidad de personajes son los escenarios, pues al igual que en novelas anteriores, su número se ha visto reducido drásticamente, casi hasta el punto de que, con una buena adaptación, hasta se podría llevar al teatro. El flash-forward inicial es en un único escenario, la historia de Álvaro se desarrolla en tres, la de Mateo en uno, aunque bastante grande, y la del teniente Balenziaga en dos. Si bien es verdad que las partes que se desarrollan en el pueblo de Urueña nos ofrece múltiples posibilidades, los interiores de las otras permitirían dicha adaptación, o la de una película bastante minimalista en cuanto a las localizaciones.

Algo que se mantiene es el estilo Gellida: como ya se ha dicho, es visual y cinematográfico y eso se consigue gracias a las descripciones, detalladas sin ser prolijas y gráficas, sin regodearse en lo gore. Por muy duras que sean algunas escenas, escamoteárselas al lector haría que la evolución de los personajes no se entendiera y la novela quedaría coja. Los hechos que narra Mateo son duros y desagradables, pero son un pilar fundamental de lo que va a suceder a lo largo de Astillas en la piel. Y cuando sale a relucir la habilidad narrativa de Álvaro en relación a ciertas partes sobre las actividades de Suso pone los pelos como escarpias al lector. Pero así es el género Gellida: si la sangre tiene que salpicar, salpica, tanto si gusta como si no. Los estómagos sensibles quedan avisados, los gellidistas veteranos ya saben de qué va la cosa.

En suma, que por duodécima vez César Pérez Gellida ha vuelto a conseguirlo: ha jugado con los lectores como ha querido, ha torturado a sus personajes a su gusto e incluso cierto amigo pensará de él lo de «con amigos como éstos quién necesita enemigos» (y hasta ahí puedo leer). Quien no conozca el universo de este autor y no le apetezca empezar la primera trilogía, Versos, canciones y trocitos de carne, tiene la posibilidad de adentrarse en en el gellidismo tanto con ésta novela como con la anterior, La suerte del enano, al ser ambas autoconclusivas. Mientras, los gellidistas nos daremos (o hemos dado), otro festín con Astillas en la piel, y deseamos que nuestro calvo favorito vuelva a poner en marcha el secador de pelo con el que se aísla del mundo y nos vuelva a sorprender con otra de sus novelas. Estamos enganchadísimos y esperamos seguirlo estando.

La suerte del enano

12/11/2020

Cuatro novelas y dos audiolibros después, César Pérez Gellida vuelve a su querida Valladolid para regalarnos otra de sus trepidantes narraciones marca de la casa, esta vez autoconclusiva, y que vuelve a dejar al lector con mono de más.

El libro empieza dejando los dientes largos a quien lee, pues César nos da un pequeño anticipo de lo que va a pasar en forma de flash-forward que pone al lector en guardia preguntándose qué demonios ha pasado para que se llegue a ese punto, sobre todo teniendo en cuenta la localización geográfica de la escena. En el siguiente capítulo arranca la novela, y a quien escribe le hace ilusión que lo haga en la plaza de Tenerías, a la vuelta de su casa. Allí, un sangriento crimen reclama la presencia de Sara Robles, la inspectora que ya apareciera en Sarna con gusto, y su habitual equipo de trabajo. Mientras, dos peculiares personajes se mueven por las alcantarillas de Valladolid abriendo un túnel que les llevará a cometer el atraco perfecto.

Pero como dice sabiamente la voz rasposa (Jorge Pinarello) del canal de YouTube Te lo Resumo Así Nomás: “Todo iba relativamente bien hasta que empieza a ir relativamente mal”: a Sara Robles se le junta el trabajo, porque al crimen inicial se le une el asunto del atraco perfecto, cuya ejecución ha dejado bastante que desear en relación al plan original. A partir de aquí la acción se reparte entre unos policías cada vez más presionados, dada la magnitud del robo perfecto más sus consecuencias, y la de los criminales, que no es menos complicada según se van sucediendo los acontecimientos. Y por el medio se va sembrando uno de los ya habituales giros endemoniados del autor, que va a poner todo, más aún si cabe, patas arriba (otra vez).Una bomba te que estalla en la cara sin que te des cuenta.

Una cosa positiva que tiene La Suerte del Enano es el tratamiento de los personajes: para el lector habitual de Gellida es un placer reencontrarse con secundarios como Matesanz, Peteira, Botello, Navarro, o Herranz-Alfageme (alias Copito), pero ello no supone un problema para quien se aproxime por primera vez al autor. No hay que leerse las anteriores trilogías en busca de referencias que no se entiendan, los detalles del pasado se explican en dos frases (por poner un ejemplo poco comprometedor con la trama, el buen humor que gasta Villamil, el forense, desde que es abuelo), y las gracias y desgracias del elenco son nuevas para todos. Un motivo extra para que el neófito no se eche para atrás a la hora de comprar la novela.

Hay personajes muy interesantes a lo largo del libro, pero que destriparían parte de la trama si se les menciona en esta reseña, por lo que me ceñiré a los mencionados en la contraportada, más uno extra. Se habla mucho de la adicción al sexo de la inspectora Robles, y si bien la lleva por la calle de la amargura, no es la única característica destacable del personaje: a veces demasiado en su mundo, no deja de ser una policía tenaz, con capacidad para el mando y confianza plena en su equipo a la hora de repartir tareas y resolver casos. Sara no es una persona que crea en la suerte, al menos en principio, pero según pasan las páginas se va dando cuenta de que es un factor que no hay que descartar en ningún momento. El robo perfecto cuenta con un cerebro, El Espantapájaros, y tres ejecutores: un exminero, un pocero y un sicario. El Espantapájaros es uno de esos personajes que, a pesar de estar del lado de los malos, acaba por caerte bien: afectado por el síndrome de Marfan, que le proporciona altura, delgadez y extremidades más largas de lo común, es un hombre educado, amante de la filosofía estoica, del mundo del arte, practicante de artes marciales y que irá resolviendo los entuertos de la forma más pragmática posible. Raimundo Trapiello, el exminero, y Carlos Belmonte, alias Charlie, el pocero, comparten cierta historia común, ya que después de un montón de años currando de lo suyo se quedaron en el paro y de brazos cruzados, con una edad que dificulta encontrar empleo nuevo. Charlie optó por dedicarse al robo con butrón y pasó por la cárcel, a Raimundo, en cambio, el encargo del Espantapájaros le vino llovido del cielo. Juntos forman un curioso dúo, en el que el particular carácter de Charlie sacará de quicio a un Raimundo que, en esos casos, no puede evitar ponerse a hablar en bable. El sicario, Émile Qabbani, está empeñado en que reconozcan sus méritos y hará lo que haga falta para cumplir su parte en el robo. Y para esclarecer este asunto, llega como experto en estas lides Mauro Craviotto y su parecido a cierto actor hollywoodiense, lo que será importante para la trama.

Sobre el estilo Gellida se ha hablado ya largo y tendido, pero como siempre hay quien llega por primera vez no está de más recordarlo: las escenas son muy visuales y cinematográficas, descritas con precisión y detalle y bastante gráficas sin regodearse en lo gore. Cuando hay sangre se describe, sobre todo porque la forma de las salpicaduras ayuda a reconstruir la escena, y hay un par de momentos bastante desagradables, sobre todo si se tiene estómago delicado. El ritmo es por lo general trepidante sin caer en la precipitación, y en las últimas escenas del libro está muy bien logrado el juego de perspectivas entre distintos personajes, lo que lleva al lector a girar endemoniadamente las páginas en busca de la resolución del conflicto. A estas alturas Gellida ya ha demostrado de sobra su talento y no defrauda en absoluto.

En suma, César Pérez Gellida vuelve a marcarse un novelón de los suyos, de los que no dan tregua de principio a fin, calculado al milímetro y lleno de sorpresas, que hará las delicias de los Gellidistas y de los que quieran leer al autor por primera vez y les dé un poco de reparo empezar por la primera trilogía. Como dice otra Gellidista nata, María Sotelo, ya no hay excusas: el libro es autoconclusivo y tan bueno como todos los anteriores. Vale la pena apoquinar el precio (o ir a la biblioteca a prestarlo) y devorarlo. Gellida es garantía de calidad (Gellida calidade) y una vez más lo demuestra. A este paso se ha ganado el apodo que le puso Andrés Montes a Latrell Sprewell: melodía de seducción. Porque por muchas trampas que te ponga, por mucho que torture a personajes y a lectores, sus novelas te seducen y te dejan como Mowgli después de mirar a Kaa: con los ojos turulatos y a merced del autor. Y que sea por muchos años.

El peor de los tiempos

05/12/2017

Alexis Ravelo tiene una gran virtud que a la vez es un gran defecto: sus libros suelen ser tan adictivos que se leen de un tirón, aunque te den las tantas de la madrugada (no, no queréis saber a qué hora me acosté hoy terminando el libro), pero desde el punto de vista de un escritor debe ser bastante frustrante que lo que a ti te ha llevado meses completar le dure unas cuantas horas al lector, pero qué se le va a hacer. Será que Ravelo es así de bueno.

La propia portada nos avisa de que ésta es la quinta de Eladio Monroy, aunque no hace falta haberse leído las anteriores para disfrutar de El peor de los tiempos. En esta nueva entrega Monroy recibe una petición de ayuda inesperada: su viejo amigo Pepiño Frades, el gallego, le pide que busque a su hija Elvira, que hace tiempo se marchó de casa para no volver. En principio parece un asunto trivial, pero pronto huele a chamusquina. Y aunque Monroy se ha jurado que no volverá a meterse en líos que le quedan grandes, el Mike Hammer de la calle Murga faltará a su promesa. Para no variar.

La novela es hardboiled puro: protagonista baqueteado por los años y las hostias, el remanso de paz de una mujer de armas tomar y mucho amor, un clásico refugio en forma de bar y su particular clientela, unos malos que van desde lo estúpido a lo depravado pasando por todos los rangos de lo más odioso de la especie humana, y los poderosos haciendo lo que les da la puñetera gana, creyéndose impunes hasta que llega quien les pone los puntos sobre las íes. El estilo no gasta en florituras, el ritmo es rápido pero sin exagerar, las descripciones son detalladas pero concisas, lo que es de agradecer, los diálogos chispean y suenan creíbles. Pero si hay algo característico de Ravelo son las muletillas y expresiones canarias que le dan un aire muy característico y distintivo a las novelas del autor (a lo que volveré más adelante).

Por supuesto, el protagonista más destacado es el propio Monroy, que domina toda la novela, pero cuya sombra no impide brillar a los secundarios. Eladio es un exmarinero duro que frisa los sesenta, desencantado de la política y la sociedad a base de experiencias traumáticas, lector empedernido al que le gusta Jean Patrick Manchette, pero detesta a Houllebecq, sobre todo El mapa y el territorio, aunque luego dicho título aparezca varias veces a lo largo de la novela como muletilla; escucha a Tom Waits y no duda en usar los métodos que haga falta para llegar hasta el fondo de las cosas (otro tema a desarrollar). Hace una curiosa pareja con Gloria, librera que vive un par de pisos encima de él, con la que comparte el amor por la literatura y una convivencia al ritmo que mejor les apaña. Otras dos mujeres importantes son Paula, hija de Eladio, y su pareja de deshecho (como ellas mismas dicen) Mónica, dúo que aporta contrapunto cómico sin caer en lo ridículo, pero que ponen armas y bagajes al servicio de Monroy cuando se pone serio, y forman peculiar terceto con Gloria, denominándose Las Tres Desgracias. El comisario Déniz ha salvado el culo a Eladio más de una vez y más de dos, y siempre saca la cara por él, aun cuando las cosas que haga le pongan en un brete con sus superiores. Finalmente, por no destripar en exceso la trama pintando un retrato de los malos, el más interesante sea Humberto Dorta, que es uno de los que mejor está dibujado, y es más atractivo para el lector.

Pero si hay un personaje que permea toda la novela (y en general la obra de Ravelo) es la ciudad de Las Palmas, y también, en menor medida la isla de Gran Canaria. Ravelo se la conoce al dedillo, de las barriadas pobres y obreras a las urbanizaciones de ricachos de fortunas más o menos dudosas, y se mueve por ellas como por el salón de casa. Tiene gran habilidad a la hora de presentar todo esto, como sin darle importancia, sin aturullar al lector con detalles innecesarios, pero a un tiempo haciendo un retrato completo (y entiendo que fidedigno) de la zona, lo que unido a las particularidades del clima canario en diciembre y las ya citados giros lingüísticos de la isla (que están en su justa medida y no impiden la comprensión del texto) le dan ese aroma propio que tanto suele gustar al lector de novela negra: un lugar distinto pero reconocible, en el que es un foráneo pero se siente como en casa, y que da valor añadido al autor.

También resalta un tema recurrente en el género es la moralidad de los personajes. A Eladio Monroy nos lo presentan como uno de los buenos, luchando por lo que es justo y contra los abusos del poderoso, pero sus métodos ponen en duda esta visión. Si hay que dar hostias, se dan. En plural. Y no alguna bofetada esporádica o algún puñetazo: hostias como panes, de las que pueden mandar a alguien al hospital un mes entero. El truco consiste en ponerle al lado de personajes realmente buenos (Gloria, Paula) y enfrentarlos a unos malos que hacen cosas más atroces que él, sin remordimiento ni culpa (aunque sin ser malos-malísimos de cartón piedra, sus matices son los que les hacen personajes interesantes), y dejar que sea el propio lector el que juzgue.

Ravelo es perro viejo del oficio de escritor y se nota. No necesita (pero merece) todos los galardones y alabanzas que reciben sus novelas, pero vuelve a entregarnos otra novela potente y adictiva que no desmerece al lado de sus mejores obras. Un valor tan seguro que hace que en cuanto pueda hacerme con algo de él caiga en mis garras, para asombro del caballero que leía el argumento de otra novela en la mesa de novedades de la biblioteca y al que no di opción de coger El peor de los tiempos. Éste libro es para mí, arrebatandolo de un zarpazo. Y no me equivocaba. Leed este libro, y todo lo que escribe Alexis Ravelo. Triunfo asegurado.

Drive-by Truckers – American Band

15/11/2017

Nunca le agradeceré lo suficiente a Javier Lucini lo que está haciendo desde la editorial Dirty Works. No sólo con los libros que está traduciendo (en su mayoría) y editando, sino por el blog que escribe dentro de la página web de la editorial, en el que reseña discos y series en la onda de la editorial: mucho country y rock sureño, esos estilos tan propios de la llamada América Profunda. Sólo me queda leer dichos libros, ir picoteando de aquí y allá en sus recomendaciones, pedirle que vuelvan a sacar camisetas (¡se agotaron las de chico!) y glosar el primero de los discos que escuché de entre sus reseñas, este sensacional American Band de Drive-by Truckers.

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Hijos del fútbol

06/11/2017

Recién salido del horno cayó en mis manos este libro de Galder Reguera de la forma más inopinada. Fui a la biblioteca a devolver un libro y sacar otro en concreto, cuando me topé con Hijos del fútbol en el mostrador de novedades y saltó a mi mano en un nanosegundo. Ya conocía los textos que Galder publicó en Diarios de Fútbol bajo el pseudónimo de Dadan Narval, que siempre fueron de mi agrado, así que la cosa estaba clara: puse su libro el primero de mi sempiterna pila de libros por leer.

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Doñana es arte

28/08/2017

Doñana es arte es una iniciativa que surge tras el incendio de Moguer de la mano de la ilustradora Nélida Alhambra. Dado que no podía colaborar de forma física en la extinción del incendio, decidió abrir un proyecto solidario en el que se combinan relatos, poesía, fotografía e ilustración. Con la ayuda de la escritora Itsy Pozuelo y el editor José Luis Pastor Díez (Suseya ediciones) han conseguido la colaboración de cientos de autores, ilustradores y fotógrafos de España y de fuera de nuestras fronteras para publicar tres volúmenes a partir de la segunda quincena de septiembre, cuyos beneficios irán íntegramente a ARBA (Asociación para la Recuperación del Bosque Autóctono). Todos los poemas y relatos están inspirados o bien en Doñana, o el incendio de Moguer, o en la naturaleza en general. Los tres volúmenes son los siguientes:

—Un libro con 30 relatos e ilustraciones en formato papel.

—Un libro con 30 poemas y fotografías en formato papel.

—Un libro en formato PDF con los poemas y relatos que no fueron seleccionados para las ediciones en papel, y que estarán disponibles tanto en versión digital como en impresión bajo demanda (la plataforma para esto último no ha sido anunciada).

Servidor colabora en el poemario en papel con un poema llamado “Fahrenheit 752”, y en la edición digital con un relato titulado “La posibilidad de un vergel”. Espero que la iniciativa sea de vuestro agrado y colaboréis con nosotros. A medida que se vayan produciendo novedades os iré teniendo informados, tanto por mi web como en redes sociales.

¡Viva Doñana!

Portada del libro de relatos:

Más info aquí.

En la noche de los cuerpos

21/06/2017

Este verso de Alejandra Pizarnik sirve a Esther Ginés para dar título a su segunda novela, una historia breve pero intensa que publica la editorial Adeshoras.

La novela tiene forma de confesión: Cecilia, una joven enamorada de Olivier, un pintor francés que la tiene como musa, decide ayudarle a secuestrar a una desconocida, Laia, en la que ve todo aquello que lleva persiguiendo. A modo de expiación, Cecilia escribe una suerte de memorias dirigidas a Laia, en la que explica cómo llegaron al extremo del secuestro, los pormenores del mismo y sus consecuencias.

Quien de primeras lea la breve exposición del argumento del párrafo anterior se puede llevar a engaño, más si conoce los gustos de quien reseña. Pese a que este libro comparte algún rasgo con las novelas sobre secuestros (temática, personaje siniestro, estilo sencillo), En la noche de los cuerpos no se parece apenas a obras como Sarna con gusto o Delincuentes de medio pelo. La narración se divide en cuatro partes narradas en primera persona: la primera tiene la voz de Laia la mañana del secuestro, después pasa a Cecilia, quien tras una breve exposición da paso al cuerpo principal de la novela, y cierra un breve epílogo con las consecuencias de su propio relato. Pero en lugar de seguir un estilo de narración lineal, la trama se desarrolla serpenteante, dando saltos entre las motivaciones de Cecilia, los hechos del secuestro y las vivencias anteriores de la joven, evitando hacerlo de forma cronológica, invitando a una lectura más reposada.

El inconveniente que puede surgir de esta forma de narrar menos convencional lo solventa la autora con el estilo: sencillo, claro, con frases cortas y sin artificios innecesarios. La lectura es ligera, lo que permite ahondar en las profundidades psicológicas que llevan a Cecilia a colaborar en un secuestro. Si bien esta sencillez la emparenta con la novela negra, como se ha dicho arriba, es una sencillez mucho más poética e intimista que las habituales cuchilladas con las que se despacha el género negro. Hay que alabar la elección de estilo: no sólo facilita una lectura que podía convertirse en un fárrago considerable, sino que está perfectamente conseguido, siendo evocador y lírico al mismo tiempo.

Hay dos elementos del libro de los que cuesta hablar, para no arruinar el misterio con el que se afronta la lectura de esta novela: personajes y el arte y literatura mencionados en la misma. En cuanto a los primeros, el peso recae en el trío protagonista, con apariciones puntuales de los padres de Cecilia y una especie de aya que cuida de la joven después de los acontecimientos principales, aunque de estos últimos apenas destaca la madre. Huelga decir que, dado que Cecilia es la narradora conocemos sus motivaciones más a fondo que del resto, pero el retrato que pinta de Laia es no menos poderoso, a base de sus pocas palabras y muchos silencios. Olivier aparece retratado a pinceladas, como si de un boceto se tratase, pero no queda peor definido por ello. Su presencia es más vaporosa a ratos, pesa su ausencia en otros, y cuando aparece tiene toda la intensidad que se le requiere.

En lo tocante a las artes, a servidor le ha resultado particularmente agradable la presencia de los pintores elegidos, que son muy de mi gusto. Las reflexiones a propósito del papel de las mujeres en el arte son otro de los aciertos del libro, aunque no se ahonde en ellos para evitar arruinar sorpresas. La poesía es el otro arte de gran importancia en la novela. Además del título, unas veces aparecen versos de otros poetas a lo largo de la narración, otras se usan para describir a alguno de los personajes. Por mencionar alguno que no sea relevante para la trama, a la cita de Pizarnik con la que se abre y titula el libro la acompaña otra de Charles Bukowski. Y sin destripar gran cosa, añadir que la sombra de Shakespeare es alargada. Tanto arte como poesía están perfectamente hilados en la narración, permitiendo que fluya con naturalidad como parte lógica de la historia y no como artificio introducido con calzador por la autora.

No me gustaría cerrar esta reseña sin una reflexión que no tiene que ver estrictamente con la novela. He tenido la fortuna de charlar con Esther varias veces y ambos hemos expresado la misma queja: la dificultad que tienen los autores jóvenes españoles de hacerse un hueco en el mundo literario. Es cierto que de vez en cuando se apuesta por autores que no se ciñen a lo que dictan los gustos más convencionales, pero se tiene la sensación de que o escribes el best-seller del momento o nadie dará un duro por ti. Es verdad que, si bien En la noche de los cuerpos se aleja de la narrativa más tradicional, es una novela al alcance de cualquier público: aunque requiere algo más de esfuerzo de lo habitual, se lee con facilidad, es entretenida y no renuncia a entrar en temas trascendentales. Servidor opina que con un poco de apoyo de una editorial algo más grande y un márketing apropiado, se estaría hablando de Esther Ginés como de una de los nuevos talentos nacionales a los que prestar atención, tanto en prensa tradicional como en medios digitales especializados. Por eso hay que dar las gracias a la editorial por hacer esta apuesta, y desear que otros sellos se animen y apuesten por autores españoles jóvenes y talentosos, sobre todo si se llaman y escriben tan bien como Esther Ginés.

Cuchillo de palo

11/10/2016

Como ya viene siendo habitual, cada vez que César Pérez Gellida saca novela nueva tengo una cita en la librería y otra con mi faceta de reseñista literario, que además últimamente se ha convertido en mis pocos encuentros con la prosa y mi página web, una tendencia que espero cambiar, aunque no prometo nada.

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