El peor de los tiempos

05/12/2017

Alexis Ravelo tiene una gran virtud que a la vez es un gran defecto: sus libros suelen ser tan adictivos que se leen de un tirón, aunque te den las tantas de la madrugada (no, no queréis saber a qué hora me acosté hoy terminando el libro), pero desde el punto de vista de un escritor debe ser bastante frustrante que lo que a ti te ha llevado meses completar le dure unas cuantas horas al lector, pero qué se le va a hacer. Será que Ravelo es así de bueno.

La propia portada nos avisa de que ésta es la quinta de Eladio Monroy, aunque no hace falta haberse leído las anteriores para disfrutar de El peor de los tiempos. En esta nueva entrega Monroy recibe una petición de ayuda inesperada: su viejo amigo Pepiño Frades, el gallego, le pide que busque a su hija Elvira, que hace tiempo se marchó de casa para no volver. En principio parece un asunto trivial, pero pronto huele a chamusquina. Y aunque Monroy se ha jurado que no volverá a meterse en líos que le quedan grandes, el Mike Hammer de la calle Murga faltará a su promesa. Para no variar.

La novela es hardboiled puro: protagonista baqueteado por los años y las hostias, el remanso de paz de una mujer de armas tomar y mucho amor, un clásico refugio en forma de bar y su particular clientela, unos malos que van desde lo estúpido a lo depravado pasando por todos los rangos de lo más odioso de la especie humana, y los poderosos haciendo lo que les da la puñetera gana, creyéndose impunes hasta que llega quien les pone los puntos sobre las íes. El estilo no gasta en florituras, el ritmo es rápido pero sin exagerar, las descripciones son detalladas pero concisas, lo que es de agradecer, los diálogos chispean y suenan creíbles. Pero si hay algo característico de Ravelo son las muletillas y expresiones canarias que le dan un aire muy característico y distintivo a las novelas del autor (a lo que volveré más adelante).

Por supuesto, el protagonista más destacado es el propio Monroy, que domina toda la novela, pero cuya sombra no impide brillar a los secundarios. Eladio es un exmarinero duro que frisa los sesenta, desencantado de la política y la sociedad a base de experiencias traumáticas, lector empedernido al que le gusta Jean Patrick Manchette, pero detesta a Houllebecq, sobre todo El mapa y el territorio, aunque luego dicho título aparezca varias veces a lo largo de la novela como muletilla; escucha a Tom Waits y no duda en usar los métodos que haga falta para llegar hasta el fondo de las cosas (otro tema a desarrollar). Hace una curiosa pareja con Gloria, librera que vive un par de pisos encima de él, con la que comparte el amor por la literatura y una convivencia al ritmo que mejor les apaña. Otras dos mujeres importantes son Paula, hija de Eladio, y su pareja de deshecho (como ellas mismas dicen) Mónica, dúo que aporta contrapunto cómico sin caer en lo ridículo, pero que ponen armas y bagajes al servicio de Monroy cuando se pone serio, y forman peculiar terceto con Gloria, denominándose Las Tres Desgracias. El comisario Déniz ha salvado el culo a Eladio más de una vez y más de dos, y siempre saca la cara por él, aun cuando las cosas que haga le pongan en un brete con sus superiores. Finalmente, por no destripar en exceso la trama pintando un retrato de los malos, el más interesante sea Humberto Dorta, que es uno de los que mejor está dibujado, y es más atractivo para el lector.

Pero si hay un personaje que permea toda la novela (y en general la obra de Ravelo) es la ciudad de Las Palmas, y también, en menor medida la isla de Gran Canaria. Ravelo se la conoce al dedillo, de las barriadas pobres y obreras a las urbanizaciones de ricachos de fortunas más o menos dudosas, y se mueve por ellas como por el salón de casa. Tiene gran habilidad a la hora de presentar todo esto, como sin darle importancia, sin aturullar al lector con detalles innecesarios, pero a un tiempo haciendo un retrato completo (y entiendo que fidedigno) de la zona, lo que unido a las particularidades del clima canario en diciembre y las ya citados giros lingüísticos de la isla (que están en su justa medida y no impiden la comprensión del texto) le dan ese aroma propio que tanto suele gustar al lector de novela negra: un lugar distinto pero reconocible, en el que es un foráneo pero se siente como en casa, y que da valor añadido al autor.

También resalta un tema recurrente en el género es la moralidad de los personajes. A Eladio Monroy nos lo presentan como uno de los buenos, luchando por lo que es justo y contra los abusos del poderoso, pero sus métodos ponen en duda esta visión. Si hay que dar hostias, se dan. En plural. Y no alguna bofetada esporádica o algún puñetazo: hostias como panes, de las que pueden mandar a alguien al hospital un mes entero. El truco consiste en ponerle al lado de personajes realmente buenos (Gloria, Paula) y enfrentarlos a unos malos que hacen cosas más atroces que él, sin remordimiento ni culpa (aunque sin ser malos-malísimos de cartón piedra, sus matices son los que les hacen personajes interesantes), y dejar que sea el propio lector el que juzgue.

Ravelo es perro viejo del oficio de escritor y se nota. No necesita (pero merece) todos los galardones y alabanzas que reciben sus novelas, pero vuelve a entregarnos otra novela potente y adictiva que no desmerece al lado de sus mejores obras. Un valor tan seguro que hace que en cuanto pueda hacerme con algo de él caiga en mis garras, para asombro del caballero que leía el argumento de otra novela en la mesa de novedades de la biblioteca y al que no di opción de coger El peor de los tiempos. Éste libro es para mí, arrebatandolo de un zarpazo. Y no me equivocaba. Leed este libro, y todo lo que escribe Alexis Ravelo. Triunfo asegurado.

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