Sarna con gusto
20/04/2016Hace poco más de un año, al abrir las páginas de Khimera de César Pérez Gellida nos encontramos publicidad de su nueva novela, Sarna con gusto, protagonizada por uno de nuestros personajes favoritos, el inspector Ramiro Sancho. Buena forma de poner los dientes largos a los lectores. Desde el siete de abril podemos leer las aventuras del poli pelirrojo favorito de España, y aunque he tardado un poco, ya lo he terminado y aquí está reseña.
La trama se inicia unos meses después del final de Consummatum Est. Sancho ha tenido que pasar unos meses “en la nevera”, cual árbitro futbolístico propenso al error, debido a cómo acabó la persecución de Augusto Ledesma. Nada más incorporarse cae la noticia bomba: ha desaparecido una adolescente de 15 años en plenas fiestas de Valladolid y todo apunta a un secuestro. Pero no es una chica cualquiera, es hija de un importante político local y una miembro de una poderosa familia empresarial. Hay que joderse no, ¡hay que rejoderse! La primera en todos los dientes. Si Ramiro Sancho ya las había pasado putas persiguiendo a Augusto, no le espera un camino de rosas para encontrar a Margarita Zúñiga. Para ello contará con la ayuda del equipo de siempre (Matesanz, Peteira, Botello, Navarro, Montes, Garrido) y dos incorporaciones: Sara Robles, inspectora que ocupó el cargo de Sancho mientras él cumplía su expediente disciplinario, y Fernando Fajardo, Jefe de la Unidad de Secuestros y Extorsiones, antiguo conocido de Sancho y con el que Ramiro se ve obligado a trabajar, aunque no le haga especial gracia.
La propia trama dictamina que el ritmo de la novela sea más pausado de lo habitual. Como indican los propios personajes, en un secuestro es vital la espera y la paciencia, por lo que la acción frenética de las novelas anteriores queda bastante reducida. A ello contribuye que tengamos hasta cuatro puntos de vista para esta historia: el de la policía, el de la familia, el de los secuestradores y el de la víctima. Si a ello añadimos una inquietante subtrama, en la que serán claves dos viejos conocidos como Ólafur Olafsson y Erika Lopategui, los acontecimientos se van desarrollando despacio. Pero que nadie tema: el estilo habitual de César se mantiene y cuando hay que apretar el acelerador la cosa se pone a 170 km/h, como el propio Sancho por la autovía. Un ritmo pausado no hace que sea menos interesante. Me dieron las tantas de la mañana para terminar la novela, que era incapaz de soltar hasta no haber acabado con ella.
De los personajes, Sancho sigue siendo el mejor. Le casa muy bien la definición que dan de uno de mis personajes favoritos, el nunca suficientemente valorado Comandante de la Guardia de Ankh-Morpork Sam Vimes: es recto como una flecha, igual que el protagonista de algunas de las descacharrantes novelas del Mundodisco, escritas por el muy llorado y añorado Terry Pratchett. Sancho aguantó todo lo que le echaron para cazar a Augusto Ledesma, y en esta nueva entrega César vuelve a llevar al pelirrojo al límite. En cuanto a los nuevos personajes, destacan Fernando Fajardo, competente, irritante y arrogante, dos de los secuestradores, Aitzol Etxeandia, cabecilla de la operación y Servando Garay, encargado de la negociación con la familia, y el enigmático y siniestro Jaap Keergard, quien forma parte de la subtrama que no tiene que ver con el secuestro y sí con nuestro protagonista.
Sin embargo, son las mujeres las que copan los mejores papeles que debutan en esta novela, a pesar de ser menos en número. Sara Robles es la nueva inspectora de Homicidios de Valladolid, trabaja duro, es competente e inteligente y tiene el carácter suficiente para no aguantarle memeces a nadie, sin convertirse en una persona tiránica y de mal carácter. A lo largo del libro demuestra que está a la altura, lo que la convierte en un gran aliado de cara a futuras entregas. Azucena Pérez, madre de la niña secuestrada, empieza la novela como la típica madre un tanto autoritaria, con los nervios destrozados por la situación y un tanto histérica y repelente. Sin embargo, sus acciones y decisiones en el tercio final de la novela la convierten en alguien mucho más interesante que al principio. Su personaje toma una curva ascendente según avanzan las páginas, al revés que su hija Margarita, quien obviamente sufre las durísimas consecuencias físicas y psicológicas del cautiverio. Margarita es una quinceañera modelo, que saca buenas notas y destaca en deportes, a la que le gusta salir de fiesta con sus amigas, está obsesionada con un grupo musical de moda y suspira por los chicos. A lo largo de la novela van aflorando otras facetas de su personalidad más interesantes que las descritas. Junto a ellas, tres mujeres ya conocidas: Erika Lopategui, que sigue siendo la misma de la trilogía anterior, inteligente, dura y bella; la jueza Miralles, con menos peso que en las novelas previas pero con las cosas igual de claras, y una Grazia Galo ausente en lo físico y muy presente en la mente de Ramiro Sancho.
En esta ocasión no es fácil hablar de influencias, pues el estilo Gellida está bastante bien definido, pero no faltan los detalles o guiños. Es de sobra conocida la admiración de César por Jo Nesbo y Harry Hole, presente ya en la forma de abordar las tramas, y que esta vez se manifiesta con una referencia al gyrus fusiforme, parte del cerebro que nos ayuda a reconocer las caras y que tiene muy desarrollado Beate Lønn, compañera de Harry Hole a lo largo de varias novelas, capaz de reconocer personas con apenas echar un vistazo a sus caras. La presencia de Servando Garay y su relación con los cárteles mexicanos hace que salte de inmediato el nombre de Don Winslow, maestro del género de narcotraficantes, sin embargo, gracias a un gran uso del lenguaje del México más duro, se le relaciona más con el sinaloense Élmer Mendoza y sus novelas protagonizadas por Edgar “El Zurdo” Mendieta. En los libros de Winslow se nota que el español que se habla es una traducción del inglés, excepto cuando el autor introduce alguna expresión típica de. México directamente en español. Y hacia el final de la novela es inevitable acordarse de una película de culto de los setenta, cuyo título no mencionaré para no dar pistas, gracias a la aparición de cierta herramienta muy presente en el el citado film.
Siendo esta la cuarta novela en la que aparece Ramiro Sancho y el inicio de una nueva trilogía llamada Refranes, Canciones y Rastros de sangre, cabe preguntarse si ésta es la mejor de las cuatro. Es complicado hacer una valoración justa, pues tengo Sarna con gusto muy fresca y no tanto las anteriores. Además, el no contar con un archivillano como Augusto Ledesma es una gran pérdida. Hay nuevos antagonistas, pero el hueco dejado por el sociópata fanático del Zero es difícil de llenar. Sin embargo no tiene por qué ser malo ni convertir a Sarna con gusto en una novela peor. Si sólo se hubiera limitado al cambio de cromos y haber puesto otro “malo-ultra-maloso” como Ledesma, César se hubiera limitado a crear un clon de la trilogía anterior. Lo que consigue con esta novela es mantener una continuidad estilística y de personajes con nuevos matices, al cambiar la persecución de un asesino en serie por un secuestro, dos tipos distintos de atrocidades. Por eso consigue mantener el interés de los lectores sin ser una constante réplica de lo ya hecho. Lo que sí está claro es que Sarna con gusto está a la altura de Versos, Canciones y Trocitos de carne.
Dice la nota del autor que tratará de ser más benevolente con las emociones del lector en próximas entregas, sin prometer nada al respecto. La verdad es que me cuesta imaginar una novela de César Pérez Gellida más contenida, sin que nos meta en una montaña rusa de emociones con el botón de velocidad máxima presionado. Sería un interesante reto literario para él, desde luego, pero parte del éxito de sus novelas consiste en no hacer prisioneros y meternos en ese carrusel antes mencionado. A ese respecto, Sarna con gusto no es menos que las anteriores. César Pérez Gellida estrena nueva trilogía con la fuerza con la que Ali tumbó a Foreman en el Rumble in the Jungle, y los lectores estamos ansiosos por que nos dé el siguiente puñetazo.
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