Hijos del fútbol

06/11/2017

Recién salido del horno cayó en mis manos este libro de Galder Reguera de la forma más inopinada. Fui a la biblioteca a devolver un libro y sacar otro en concreto, cuando me topé con Hijos del fútbol en el mostrador de novedades y saltó a mi mano en un nanosegundo. Ya conocía los textos que Galder publicó en Diarios de Fútbol bajo el pseudónimo de Dadan Narval, que siempre fueron de mi agrado, así que la cosa estaba clara: puse su libro el primero de mi sempiterna pila de libros por leer.

La premisa del libro es sencilla: desde crío, Galder vive el fútbol con auténtica pasión, hincha del Athletic Club de Bilbao gracias a su abuelo, y cómo ahora que es padre de dos hijos teme estar pasando dicho virus a sus vástagos, Oihan y Danel. Dicho leitmotiv le sirve para hacer una reflexión sobre su propia vida, el fútbol en todas sus dimensiones, como juego, como pasión, como espectáculo y como negocio, y la gran pregunta que todo humano afronta cuando tiene hijos: ¿estoy siendo un buen padre o una buena madre?

El libro está escrito a retazos, sin un orden cronológico y concreto, como anécdotas que se van sucediendo según surgen, lo que le da un toque peculiar al libro, como si se tratase de una conversación entre amigos que salta de un tema a otro, aunque esta vez en forma de monólogo. Así pues, podemos pasar de los momentos traumáticos del autor en su etapa como jugador a John Robertson desmontando la leyenda de que una vez se fumó un cigarro antes de sacar un córner en un partido, alegando que Brian Clough y Peter Taylor le hubieran matado (y conociendo el volcánico carácter de Cloughie es para creerle), pasando por el primer partido de Oihan en la Vieja Catedral o Galeano consolando a Galder tras la final de Copa de 2012, a la que acudió como seguidor del Barcelona y acabó haciéndose seguidor del Athletic: “Perdieron la copa, pero me ganaron a mí”.

La clave del libro la da el propio Galder: “los buenos libros de fútbol tienen por tema la cuestión más importante de toda la creación: el hombre, el ser humano”. Si algo caracteriza a Galder Reguera es precisamente su profunda humanidad, y cómo la plasma con sencillez, sin aspavientos pero lleno de sentimiento: desde las dudas, los lloros, la violencia a las alegrías y el amor, por sus hijos y por el fútbol, todo cala a fondo en el lector. No puedo resistirme a mostrar uno de los pasajes más bellos de todo el libro, y en el que el fútbol es protagonista secundario:

Quizá algún pedante diga que quien no es padre no puede comprender del todo lo que transmite ese párrafo, pero se equivoca. La calma y la paz que puede transmitir cualquier ser humano con su mera presencia es algo al alcance de todo el mundo, pues no es exclusiva de un hijo. La belleza y profundidad de este pasaje es una maravilla, y es sólo una muestra de los muchos que hay a lo largo de Hijos del fútbol. En otro momento, Galder cita a uno de mis escritores favoritos, Neil Gaiman, en el discurso que dio ante alumnos recién licenciados de la University of the Arts de Philadelphia: “En el momento en el que sientas que, sólo posiblemente, estés caminando desnudo por la calle, mostrando en exceso tu corazón, tu mente, lo que hay dentro de ti, mostrando demasiado de ti, ése es el momento en que puedes estar empezando a hacerlo bien”. Si esto es cierto, Galder no lo está haciendo bien, lo está haciendo de puta madre.

El libro también da pie a que el lector haga sus propias asociaciones con su vida propia. Igual que a Galder le marcó que su padre, al que el fútbol era indiferente, sentenciase eso de “Ese Sola es el puto amo”, yo suelo acordarme de mi madre diciendo “El Pelos es el mejor”, refiriéndose, cómo no, a Carles Puyol. O rememorar esos goles imposibles que hacías en el patio de recreo, que estaban fuera de tu capacidad real como jugador y que, sin embargo y por razones inexplicables marcabas. Recuerdo varios, pero elijo uno que no fue el mejor, pero tiene su aquel: en segundo de la E.S.O., en uno de nuestros partidos habituales, tras un córner rebañé un balón en el área pequeña con un regate inverosímil y batí al portero, lo que supuso que uno de los compañeros que esperaban turno extendiera la mano para felicitarme. La diferencia radica en que aquel chaval, Alberto, jugaba en el Real Valladolid, lo que automáticamente le situaba en un escalón superior al resto. Yo siempre fui, como Galder, un patán en esto del balompié, pero aquel reconocimiento significó mucho, aun a sabiendas de que la suerte se había aliado conmigo.

Por no extenderme más ni revelar todos y cada uno de los puntos que se tratan en Hijos del fútbol, otro muy significativo: la relación entre el fútbol y la palabra. Galder cita a un jugador brasileño, rebautizado Uri Geller, que narraba los partidos según jugaba, incluso sus propios regates, y con gran emoción (seguro que se llevó más de una patada por ello), o cuenta cómo Oihan hace lo propio en los partidos que juega en su cabeza. No nos damos cuenta, pero si nos paramos a pensar, muchos momentos del fútbol no serían lo mismo sin la palabra: la voz quebrada de José Ángel de la Casa diciendo “¡gol de Señor!”, las lágrimas de Víctor Hugo Morales proclamando el legendario “¡Barrilete cósmico!”, la alegría incontenible de Camacho y el “¡Iniesta de mi vida!”, o la alocada incredulidad de Jorge Ramos tras el segundo gol de Messi al Bayern en la ida de las semifinales de Champions: “¿Para qué lo voy a gritar si no salgo de mi asombro?”. También vale para otros deportes, como aquel impagable momento de Andrés Montes ante la jugada que daría a los Bulls su sexto anillo de la NBA: “¡Canasta, canasta, canasta, canasta! ¡Canasta de Michael, me llamo Michael, Michael Jordan, como James, James Bond!” apostillado por el “Este Jordan me suena” de Antoni Daimiel.

Fiarse de las frases de alabanza de contraportadas y fajas no suele ser buen negocio. Muchas se ponen ahí para dar relumbrón a libros que no son para tanto, y en ocasiones aciertan. Éste trae una frase del bueno de Juan Tallón: “Antes o después. Galder Reguera escribirá un libro sobre fútbol que nos dejará callados”. Y tiene razón y se equivoca. El momento ha llegado, y el libro es tan bueno como prometía ser, sin embargo, no dan ganas de callar, sino de hablar y hablar de él, para recomendarlo encarecidamente tanto a fanáticos del fútbol como a los que pasan. El libro merece traspasar las fronteras del mero “libro de fútbol”. Es de fútbol, sí, pero también es de lo humano y de la vida. Galder Reguera se ha salido, y si todo se da como debe, Hijos del fútbol se aupará al Olimpo de los clásicos.

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