Cuchillo de palo

11/10/2016

Como ya viene siendo habitual, cada vez que César Pérez Gellida saca novela nueva tengo una cita en la librería y otra con mi faceta de reseñista literario, que además últimamente se ha convertido en mis pocos encuentros con la prosa y mi página web, una tendencia que espero cambiar, aunque no prometo nada.

Cuchillo de palo es la segunda novela de la trilogía Refranes, canciones y rastros de sangre, que comenzó con Sarna con gusto, y al igual que en las anteriores, se hace complicado hablar de ella sin dar demasiadas pistas al lector de lo que se va a encontrar. De nuevo, han pasado unos meses desde la resolución del secuestro de Margarita Zúñiga, trama principal de Sarna con gusto. Y ha pasado lo que tenía que pasar. Entre la caza de Augusto Ledesma y la tensión insoportable del secuestro de Margarita, el inspector Ramiro Sancho había aguantado tantos palos como si hubiera sido atacado por una pandilla de zumbados armados con bates de béisbol, así que finalmente ha explotado. El barbudo pelirrojo ha sido inhabilitado de empleo y sueldo, ha abandonado Valladolid sin decir nada a nadie y se está dedicando a dejar Irlanda sin existencias de Jameson, a Colombia sin existencias de coca, a jugar partidas de póker con gente poco recomendable y a tener encuentros con una prostituta nigeriana. Algo en principio impensable para un personaje como Ramiro Sancho. Sus devaneos le llevarán a mezclarse con una rama de la mafia nigeriana de la prostitución. Por otro lado, Ólafur Olafsson y Erika Lopategui siguen envueltos en la trama que comenzó en la novela anterior, intentando detener a la siniestra organización conocida como la Congregación de los Hombres Puros, esta vez con la ayuda de un aliado inesperado, que no revelaré por si algún lector despistado de esta reseña no se ha terminado Sarna con gusto.

Podría decirse que Cuchillo de palo es como el gato de Schrödinger: hay sorpresas y no las hay. En el lado de las ausencias, el estilo Gellida y su habitual estilo audiovisual, lenguaje cuidado, excelentes diálogos y gran ritmo, combinando las partes más pausadas con las más frenéticas con el cuidado que le puso en su anterior novela, aunque debido a que Sarna con gusto demandaba un ritmo acorde con el de un secuestro, las partes más lentas de Cuchillo de palo no lo parecen tanto en comparación. Tampoco es una sorpresa que haya giros argumentales que pongan patas arriba todo lo que habíamos leído hasta el momento. La sorpresa es el gran giro argumental del libro, tan arriesgado como querer tomar la curva conocida como la “Parada del autobús” de Spa Francorchamps a trescientos por hora, sin bajar marcha ni pisar el freno. Y hasta ahí puedo leer. Sin embargo, César sale airoso de la maniobra gracias al reguero de discretos detalles que va dejando y que luego acaba hilando en la última parte del hilo sin saltarse una puntada. Me puedo imaginar a César escribiendo esta parte mientras acaricia un gato (real o metafórico, ignoro si tiene gato) y dice eso de “Pull the strings!” (manejo los hilos) como Bela Lugosi para deleite de Ed Wood.

En lo tocante a los personajes, de nuevo es Ramiro Sancho el dominante y el mejor, claro que con tantas páginas siendo el foco de atención nos da para un análisis más profundo del personaje y entenderlo mejor. Eso no significa algo malo, ojo, solo que eclipsa un poco al resto de personajes. Otro destacado es Álvaro Peteira, amigo leal y fiel hasta la muerte, aunque haya ocasiones en las que las andanzas de su amigo Sancho hagan que sólo quiera darle una manada de hostias de campeonato del mundo de manadas de hostias. Pero para eso están los amigos, para aguantar lo bueno y lo malo. De los nuevos personajes que aparecen en la novela, el más destacado es Vincent Dare, mano derecha del jefe de la mafia nigeriana con la que se topa Sancho, siempre bien trajeado y listo para solucionar las situaciones más peliagudas. Con su posición en la organización y su estilo trae ecos inconfundibles de Stringer Bell de The Wire, aunque sus rasgos le acerquen más a Omar Little. Y hablando de ecos Wireanos, la escena del Zero Café es puro The Wire, aunque uno de los personajes sitúe la serie en New York y no Baltimore (o a mí se me escape una serie ambientada en la Gran Manzana con una escena similar).

Otro destacado del elenco masculino es el nuevo aliado de Ólafur y Erika, quien se destapa con una excelentes conversaciones filosóficas con el veterano policía islandés que nadie debería perderse. Mención también para Santiago Cabarcos, quien se convierte en un nuevo amigo de Sancho, y cuyas pasión por el geocaching enganchará al pelirrojo y hará que Sancho profetice la llegada de Pokémon Go. De entre los antagonistas a los que se enfrentan Ólafur y Erika, el más potente es Vlade Ilic, veterano de la guerra de los Balcanes y uno de los miembros más altos del escalafón de la Congregación de los Hombres Puros.

Si en Sarna con gusto hablaba de lo potentes que son los personajes femeninos que debutaban en la trilogía, esta vez no es así. Sólo destaca Juliet Akinde, la prostituta con la que se relaciona Sancho, y como no puede ser de otro modo, tiene una trágica historia detrás. El peso de este personaje es más importante durante la primera parte de la novela. La otra mujer destacada en la novela, Erika aparte, es un inquietante personaje de poca presencia pero gran impacto, conocida sólo con el nombre de La estatua de mármol. Por lo demás, Erika sigue siendo el principal personaje femenino, de nuevo envuelta en sus problemas, y cuyo rol en la trama se vuelve capital hacia el final de la misma. La jueza Miralles y la inspectora Robles tienen una aparición breve, y de nuevo Grazia Galo está en espíritu pero no en carne, aunque suene su voz vía telefónica.

Cuchillo de palo tenía la complicada misión de seguir a Sarna con gusto y consigue el objetivo de estar a la altura, incluso en alguna parte superarla (el famoso giro argumental es demasiado), pero plantea la duda de si César se superará a sí mismo con la entrega que cierre la trilogía, y que según nos avanza la publicidad que trae el libro se llamará A grandes males. El objetivo no es sencillo, pero conocemos la pericia del autor en estas lides y quedamos otra vez a la espera, ansiosos de ver cómo acaba Refranes, canciones y rastros de sangre. Entretanto, César Pérez Gellida se confirma como un perfecto amo de mazmorra BDSM: tortura a sus personajes y a sus lectores a su voluntad y con exquisita crueldad, y el lector se queda con una sonrisa beatífica de esclavo saciado y que pide más. Habrá que esperar. Para calmar el mono, tenemos otros seis libros de César Pérez Gellida para releer. O para que los neófitos en el género Gellida se enganchen tanto como los veteranos. Aviso a navegantes: si padeces del corazón, mejor que no empieces. No queremos que las noticias hablen de una muerte por infarto por culpa de estas novelas.

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