Sumirse en el Círculo

20/11/2014

No suelo hacer críticas de los libros que leo. No me considero prescriptor de unos gustos literarios que, aunque puedan ser compartidos, son míos y de nadie más. También influye ser un tanto vago. Pero siempre hay una excepción. No puedo dejar de hablaros de la novela que acabo de terminar, porque aún estoy turulato (gran palabra en desuso).

Vi El Círculo de David Eggers en la mesa de novedades de la biblioteca hacia finales del mes pasado, pero como siempre me junto con varias lecturas, y tenía que devolver otros libros antes, lo aparqué hasta la semana pasada. Me atrajo el texto de la contraportada, y me lo llevé prestado, compartiendo hueco en mi mesilla con Shakespeare y la ballena blanca de Jon Bilbao, El océano al final del camino de Neil Gaiman, Disputar la Democracia de Pablo Iglesias, y La Mejor Venganza, de Joe Abercrombie, una curiosa mezcolanza de estilos poco habitual en mí, habitual del género negro (una vez devueltos los tres primeros, se ha incorporado El leopardo de Jo Nesbo, que empezaré en cuanto pueda). Y aunque me hayan gustado los cuatro mencionados, en especial el maratoniano volumen de Abercrombie y la sangrienta venganza de Monza Murcatto, la Serpiente de Talins, y su particular grupo de mercenarios, es otra mujer, Mae Holland la que me lleva a la hoja en blanco.

Mae es una joven que, después de dieciocho meses infernales trabajando en la administración local, es contratada en la empresa El Círculo, la más popular de internet, y que combina todo tipo de perfiles de redes sociales, correo electrónico o cuentas bancarias bajo un único perfil, con el nombre real del usuario, lo que impide comportamientos negativos en la red. El centro de trabajo, conocido como el campus, es el paraíso del trabajador, moderno, espacioso, acogedor, con todo tipo de eventos al aire libre y conciertos después del trabajo. Pero como todo paraíso que se precie tiene un lado oscuro. El control absoluto de las actividades online de la población podría llevar a una dictadura totalitaria de una empresa privada con el beneplácito de sus usuarios. Bautizado por el Times como un tecnothriller según la contraportada, se acerca más a la pesadilla distópica de 1984 o Un Mundo Feliz. Para mí, se ha convertido en su equivalente contemporáneo, situándose a la misma altura.

Claro, que hacer una afirmación tan contundente puede ser discutible. Tendría que hacer una relectura más sosegada, un análisis más profundo para poner El Círculo a la misma altura de los clásicos. Pero escribo esto con el libro recién terminado, y las sensaciones a flor de piel, aunque lo leáis unos días más tarde, para que no se solape con mi columna deportiva semanal. Soy tan temerario en esta afirmación porque la novela ha activado todos y cada uno de mis resortes del pánico. Nunca he sido partidario de las redes sociales, me hice Twitter por cuestiones promocionales y de visibilidad, y no tengo Facebook. Un amigo me recomendó en su día My Space, porque muchas bandas solían tenerlo actualizado y tiene una buena herramienta para subir música, pero lo tengo muerto desde hace años. La posibilidad de un mundo como el de la novela, donde una aplastante mayoría está continuamente conectada, donde has de responder a los comentarios al minuto, y donde se vive a través de la información procedente de las pantallas me pone los pelos de punta.

Es cierto que hay elementos ficticios que hacen imposible, a día de hoy, que lleguemos a un mundo como el descrito, pero no andamos lejos. Primero, no hay una empresa capaz de absorber Facebook, Twitter y Google. Démoslo por descartado, no es más que un elemento narrativo. Segundo, mucha de la tecnología de la que se habla no se ha inventado, y no estoy seguro de que haya habido progreso suficiente para conseguirla. Las minicámaras que aparecen en el texto, discretas, con una potencia mucho mayor que las actuales, calidad de imagen infinitamente mejor y disponibles para todos los bolsillos es algo sólo posible en las páginas de un libro, o en la pantalla de la tele o el cine. Pero tenemos a un posible candidato a archivillano de medio pelo, Mark Zuckerberg (lo de medio pelo es por su pinta), que ya ha gastado una morterada casi inimaginable en WhatsApp (Éste no se castellaniza, al referirme al nombre comercial), y cuyos planes expansionistas de facilitar Internet a todo el mundo, son propios de un megalómano con ansias de dominar el planeta, un supermalo estilo de los de James Bond, pero sin tanta prestancia en el porte. Y como la tecnología avanza que es una barbaridad, a saber en qué están trabajando en Silicon Valley.

Ni con traje y corbata da el pego. Para malo elegante, Fernando Rey en French Connection

La novela también plantea varios elementos de interés. Elijo dos, para no destripar todo el libro, pero cuestiones como la democracia y el pasado también son importantes. Por un lado está la necesidad de saberlo absolutamente todo. Según los circulistas, como se les llama en el libro, la transparencia total conlleva comportarse siempre bien, sin posibilidad de engaños o infidelidades, tanto en la vida privada como en la política. Yo me planteo que todo tiene un límite. Estoy de acuerdo con la transparencia política, pero igual que quiero saber si en alguno de sus viajes a Canarias Monago fue a trabajar, no me interesa en absoluto saber si practica el Kamasutra con su novia, o es de los tradicionales en la cama. Ni me importan un pimiento detalles escabrosos de enfermedades de famosos. Una cosa es que operen a alguien de un cáncer de colon, y otra es que haya fotos del tumor extirpado. En la novela sabríamos al dedillo las costumbres del presidente extremeño en materia amorosa. Por suerte, se permite cierta intimidad a la hora de ir al baño. Que es lo que les falta a algunos programas del corazón, preocuparse por el estado de las heces, literales, de algún famosillo del tres al cuarto.

La otra es la idiotización, banalización e infantilización de la gente. Al estar todo el tiempo conectados, todo ha de tener una respuesta lo más inmediata posible, o corres el riesgo de que el otro coja una pataleta digna de un bebé. Por poner un ejemplo del libro que no sea demasiado spoiler ni trascendente para la trama, Mae se encuentra un día con que sus jefes la llaman para una reunión, en la que otro compañero está ofendidísimo y deprimidísimo porque ella ignoró sus mensajes invitándola a una fiesta de temática portuguesa. Ella aclara que no creía estar invitada de verdad al ser novata, pero la verdad es que no le habían explicado que esas invitaciones aparecen en una segunda pantalla en su puesto de trabajo, que ella no tenía encendida. (Lo de las pantallas en el curro, y cómo van aumentando es otra cosa de las que me da miedo). Al tipo sólo le falta echarse a llorar porque cree que ella le ignora. Todo se resuelve estilo hippie-buenrrollista. Pero queda la reflexión. Este tipo de fiestas no son obligatorias, pero hay que hacer piña comunal, o tienes un problema en el tajo. Voluntarios forzosos, que me dijo un colega que pedía uno de sus profesores de la carrera. Hay que estar disponible 16 horas al día (se te perdona el sueño), y poner buena cara a todo el mundo aunque te importe una mierda. Hay que ser tremendamente diplomático al rechazar a alguien para no ofenderlo. Y si no, llorera al canto. Vamos, un jodido y completo estrés.

Y nosotros vamos camino de ello. Yo mismo, que me debato entre la necesidad de estar visible en las redes para que se difunda mi trabajo, y tener mis ratos de paz y tranquilidad, pasando de todo el mundo, con un libro en las manos o música en los oídos, lo primero que hice al cerrar el libro fue buscar a Dave Eggers en Twitter. Y según tecleo esto, tengo el navegador abierto, aunque minimizado, y el móvil cargando, mientras ojeo el WhatsApp. Camino llevamos de convertirnos en algo parecido a lo que nos cuenta Eggers en El Círculo. Por cierto, no lo encontré en Twitter, para poder decirle que nunca le agradeceré suficiente haber escrito este libro. Uno de esos que me hubiera encantado escribir, que me había imaginado alguna vez, pero que ya no haré, pues no puedo igualar el talento aquí desplegado. Leed El Círculo. Y acojonaros. O no. Pero leedlo igual.

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