Manny Lee o Bruce Pacquiao

11/05/2015

Nunca está de más recordar el origen del primer nombre de esta columna, el que mantiene en mi página web. Así titulaba Enrique Ballester uno de sus escasos artículos para Diarios de Fútbol en 2014 (luego fue el más leído del año). Dice nuestro castellonense tronado favorito eso de “porque no hay nada más bonito que decirle a un amigo que no tiene ni puta idea de fútbol” (él no lo censura, pero yo soy modosito para MZ y lo hago, no así en mi web). Frase de tan maravillosa resonancia que cierto tronado de mi conocimiento se la puso de estado en el WhatsApp, citando al autor, y complementada con la imagen del director hongkonés Johnnie To echando el humo de un puro. Algo que queda muy propio: le largas la frase al colega de turno y luego te fumas una faria. Viene a cuento porque a este artículo le encaja la frase como un guante, siempre que se cambie el fútbol por el boxeo. Y también se habla de otro ilustre hongkonés.

Han pasado ya unos días de resaca tras el llamado combate del siglo entre Floyd Mayweather y Manny Pacquiao. Se acabaron las cifras mareantes, la expectación apenas contenida, los lamentos por Facebook de la caída del servidor español que retransmitía el combate para desespero de los que abonaron 12 euros para ver la pelea en directo, se acabaron unas teorías de la conspiración y dieron paso a otras nuevas, pasamos de revancha segura a rajada infernal del campeón. Yo me quiero quedar con una reflexión sobre los contendientes y un pequeño comentario sobre lo que yo percibí en el ring.

Para mí la previa del combate se resume en una charla que mantuve con mi hermano unas 24 horas antes de la pelea. En plena visita relámpago a España para firmar y vender libros, aproveché para celebrar el cumple de mi mejor amigo en plan tranquilo, ir de fiesta por los bares de costumbre, echar una parrafada con César Pérez Gellida, gorronearle un Moods a Chevi para sentirme Augusto Ledesma a la puerta del Zero y volver a casa en condiciones no muy lamentables gracias a la macedonia de frutas de mi padre, complemento idóneo para las salchichas que cené. Mi hermano llegó poco después y pudimos hablar un rato de la lucha. Creo que estuve medianamente coherente. Él había intentado convencer a unos colegas que tienen un bar para que cerraran antes y pusieran el Mayweather vs. Pacquiao. Yo iba a llegar a Galway a eso de las dos de la mañana, hora local, y después del viajecito lo único que tenía en mente era pillar la cama al lado de mi chica. Antes de acostarme en mi cama pucelana mi hermano comentó un par de teorías pre-combate: la primera, plausible, es que la pelea iba a llegar sí o sí a los doce asaltos, para que la gente amortizase la pasta del PPV, la segunda, descabellada, era que Mayweather iba a perder sí o sí, para que no se retire invicto, ya que hasta Ali perdió, y no querían que nadie estuviese por encima de él.

Pero lo que más recuerdo fue sobre la entrevista a Juan Manuel Márquez en El Partido de las 12, donde el boxeador mexicano que tumbó a Pacquiao comentaba que allí en su país natal los aficionados apoyaban sin reservas al PacMan, a quien ven como alguien más humilde y cercano a ellos. Añadía que tenía la misma percepción sobre los aficionados españoles, que en su gran mayoría apoyaban al filipino. Alguna excepción se dio, como Juan Carlos Galindo, coordinador del blog de novela negra de El País, a quien seguiré haciendo caso en sus recomendaciones negrocriminales, pero no en las boxísticas. Los expertos también apuntaban a una victoria de Mayweather a los puntos, lo que no significaba que apoyasen al estadounidense. Sus pronósticos venían de un análisis objetivo de cómo llegaban ambos púgiles a la pelea, con ventaja para Floyd, aunque ninguno descartase que Pacquiao enganchase un puñetazo “que le quitase la tontería” a Mayweather.

A mí la situación me llevó a establecer el paralelismo que sirve de título a este artículo. Hace unos meses, en uno de esos ratos donde te pones a cambiar de canal en busca del improbable milagro que mate el aburrimiento durante unos minutos, encontré en uno de esos ignotos canales del TDT un documental sobre Bruce Lee (I Am Bruce Lee) a la mitad, pero decidí quedarme a verlo. Cuando se habla de “El furor del dragón”, película en la que sale la legendaria pelea contra Chuck Norris en el Coliseo romano, se hablaba de la dimensión social y política de la figura de Lee. Siempre defensor de las minorías, el actor hongkonés se convertía en un héroe de la contracultura para esas mismas minorías. La lucha de Lee contra Norris simboliza la lucha contra la dominación blanca y anglosajona. Como dice el productor y director Reginald Hudlin, todos en el cine de St. Louis donde él vio la película, todos afroamericanos, iban con Lee, sin importar el grado de politización de cada cual, todo el mundo pillaba el chiste: para parar al mejor traían al mejor de Estados Unidos, blanco, rubio y de ojos azules. No bastaba. Cuarenta y tres años después, yo veía a Pacquiao como el heredero de Lee, aunque esta vez el mejor de USA no era blanco, sino afroamericano, por lo que ese apoyo del que habla Hudlin pasó a Mayweather, obviamente. El muchacho que a los catorce años vivía en las calles de Manila, el campeón del pueblo, contra el rico arrogante, ególatra y que se rodea del ultraodiado y ultraodioso Justin Bieber. Para mí estaba claro. Para mi hermano, fan de Joe Frazier desde que vio el documental Thriller in Manila, más aún: “prefiero a Ali, y mira que me cae mal”.

Realidad y ficción a veces coinciden, en otras difieren. Como dije al principio, no tengo ni puta idea de boxeo, pero sí ojos y un poco de sentido crítico. Vi el combate en diferido y fue una pelea muy floja, que Floyd Mayweather ganó a los puntos justamente, haciendo buenos los pronósticos de los expertos. La tarjeta de uno de los jueces fue exagerada (118-110), las otras más parecidas a lo que yo entendí (116-112). Por mucho que Pacquiao tuviera los ataques más vistosos para el espectador, no fueron suficientes. Las cifras indican que Mayweather lanzó más golpes y acertó más, por mucho que abusara de escaparse de las embestidas del rival, los abrazos en medio del ring y el estilo de defensa y contraataque, feo pero efectivo. Decían los que entienden que, para ganar, Pacquiao tenía que atacar más a su rival y no lo hizo. Yo creo que no hubo tongo, y no soy el único. Este artículo de Jotdown lo explica a las mil maravillas. Otra cosa es que se esté de acuerdo con él.

Ahora sólo queda esperar si hay revancha una vez Pacquiao se opere de su lesión. Mayweather habrá rajado, pero sabemos que cuando los verdes estén en la mesa cambiará de opinión. Y los ilusos y los que no tenemos idea de boxeo volveremos a apostar porque Manny Lee o Bruce Pacquiao se lleva la victoria. Igual que esperamos que los Manny Lees de la política tumben a los Mayweathers en las urnas, este mayo y en noviembre (si se cumple el calendario previsto). Y nos llevaremos otro palo como el del combate, o como el de los laboristas en el Reino Unido. Pero seguiremos apostando por ellos, aunque sea porque no nos queda otra.

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