Malas decisiones y partidos infumables

12/01/2015

No suelo ver demasiado fútbol. Todo depende del humor del que esté y si no tengo otra cosa que hacer. Por ejemplo, el día que el Valladolid ganó 1-0 al Barça en el José Zorrilla este pasado 2014, yo sólo vi un trozo, a pesar de que sabía que mi equipo iba por delante. ¿La razón? Os lo conté la semana pasada. Coincidió que a esa misma hora veíamos por última vez a Brian O’Driscoll correr por el verde del Aviva Stadium de Dublín, penúltimo partido que disputaría con el XV del Trébol. Así que primero el rugby y luego el fútbol.

Pero hubo una racha, hará unos tres o cuatro años, que partido que veía, bodrio que me tragaba. No fallaba. Incluso llegué a pillar partidos que todo el mundo decía que estaban entretenidos, me sentaba a verlos y aquello no se lo comía nadie. Así era difícil que me aficionase más al deporte rey. Por ello, si podía evitarme un partido lo hacía. También era más fácil porque muchas veces quedaba con mi chica y a correr. Pero desde que ella se marchó al exilio ha aumentado el número de partidos que veo. Por tanto, más posibilidades de tragar truños infernales.

Estos días he estado viendo fútbol y ha sido criminal. Empezó el domingo con el Barça-Real Sociedad. Primero estuve terminando la columna de la semana pasada, y cuando pude, me incorporé a ver el partido con mi hermano. Maldita la hora. Una brasa como hacía tiempo no veía, con un Barça inoperante e incapaz de enchufar una. Lo peor es que no es el único partido de la temporada con el mismo desarrollo, sólo que esta vez coincidió con derrota. Se empató contra el Málaga (éste no recuerdo haberlo visto) y el Getafe (sí vi éste), además con polémica, y se ganó de milagro al Valencia, también con polémica. Pero lo de Anoeta fue lo peor, por razones de sobra conocidas por todos.

Luego tocaba Copa del Rey. Como estas vacaciones he abandonado la novela para ver si salía del atasco creativo, volví al tajo el miércoles, con no demasiada fortuna. Al llegar a casa tuve uno de mis arranques extraños. Voy a pasar de todo, me dije. Me apetece estar tranquilo y no tener que bajar al bar o buscar un streaming para pillar el derby madrileño. En cambio, al día siguiente, visto que además la crisis literaria seguía, me decidí por el Barça-Elche. Otra mala decisión. El resultado es completamente engañoso. Un pestiño durante la primera hora hasta surgieron los chispazos de las estrellas. Así juega el equipo, esperando a que Messi, Neymar y Suárez tengan un destello y la líen, como sucedió el jueves. Una buena combinación en el primer gol, un gran gesto técnico y la carrera letal de Suárez en el segundo, un pase memorable de Messi en el cuarto, un trallazo de Neymar en el quinto. Y se acabó. No hubo más. Hasta el punto de que casi me duermo apalancado en el sofá. Me habría rentado más ponerme a leer un libro, pero me dio pereza. Otra mala decisión. Y me juego a que si viera el Barça-Atleti, al menos me lo iba a pasar bien, Pero hay reunión familiar y no yendo a ver el partido con mi hermano ahorro pasta.

No siempre me sale mal la jugada. No tenía planeado ver el Bélgica-Estados Unidos de octavos del mundial, pero por una de esas decisiones del momento me senté a verlo. No tenía nada que hacer porque ese día no había quedado. Y acerté de lleno porque el partido fue el más entretenido del mundial, aparte de la semifinal entre Brasil y Alemania. Bélgica, selección joven y prometedora a la que le falta rodaje, lo intentó de todas las formas posibles, pero se estrelló una y otra vez con Tim Howard, que estuvo titánico durante los noventa minutos. En la prórroga, los belgas finalmente perforaron la portería yanqui en dos ocasiones, pero un gol de los estadounidenses al principio de la segunda parte de la prórroga puso gran emoción hasta el final. También me lo pasé como un enano viendo el Italia – Inglaterra de la primera fase, partido entretenido que no hacía presagiar el fiasco de los de Prandelli, derrotados por Costa Rica y Uruguay en los dos siguientes partidos. Ese día me gustó mucho un jugador al que no conocía, Candreva, y no fui el único que apreció al jugador del Spinaceto, pero luego se difuminó, igual que sus compañeros. Eso sí, el tedio infinito de la semifinal Holanda-Argentina fue tal que, ante el aburrimiento, cogí el móvil con el juego de preguntas de Trivial que tenía y me pasé un rato de la prórroga haciéndoselas a mi hermano, mientras mi padre leía el periódico y mi sobrino jugaba a la consola.

El punto al que quiero llegar con estas divagaciones varias es que, dado mi poco conocimiento e interés en otros deportes, el fútbol se convierte en material habitual de esta columna y con los truños que me estoy viendo, se me quitan las ganas de escribir esta contra, que sigue sin llamarse como debería. Me gusta evitar ciertos temas para no parecer repetitivo, como el formato de la Copa, el Balón de Oro o la polémica en torno al Barcelona fuera del césped, por lo que si además paso de ver partidos tendré que acabar dejando la columna apenas dos meses después de empezada. Y no me apetece. Todos sabemos que yo sería más feliz hablando de otras cosas, como Podemos, la mentira que viven los practicantes del BDSM o cómo no es incompatible ser buena persona y no creer en deidad alguna, pero todo eso está prohibido por MZ y por tanto por Mike, así que me toca callar. Además, para eso tengo el blog, si es que de una puñetera vez me decido a montar dos artículos por semana en vez de uno. Pero la verdad sea dicha, me apañaría mejor con uno solo a la semana.

Pero mientras tenga que escribir columnas deportivas, más vale que pille partidos buenos o no voy a durar. Para ello tengo que tomar las decisiones adecuadas y eso no lo garantizo.

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