Anglicismos y castellanizaciones

21/08/2014

Ayer estaba en Twitter cuando dos comentarios casi simultáneos me dieron la idea de escribir este artículo. El primero fue de un amigo, Nacho, a propósito de los disturbios de Missouri (que me da otra idea para otro artículo, pero eso en otro momento). Nacho comentaba: “Qué feo queda Misuri cuando en realidad es Missouri”. El segundo, de la cuenta Ortografía de la Real Academia, que da consejos para un correcto uso del castellano, decía: El latinismo «QUORUM» (número de personas presentes necesario para tomar un acuerdo) debe escribirse en español «CUÓRUM». Y yo pensé: ya tengo el artículo hecho. Hablar sobre castellano, lengua en la que escribo y hablo, y la influencia que tiene el inglés en ella es uno de mis temas favoritos.

Hay dos tendencias opuestas a la hora del uso de anglicismos en el castellano. Por un lado, están los que no sólo no traducen los términos del inglés, sino que dejan de usar palabras en castellano y usan sus equivalentes en inglés. Por el otro, están los que adaptan esos términos a una grafía castellana, o proponen sinónimos en nuestro idioma. Ambos tienen sus aciertos, pero son más notorios por sus fallos, como casi todo en esta vida, por desgracia. Veamos algunos casos.

Hay dos argots ricos en términos en inglés: el tecnológico y el de la moda. El primero es obvio. La mayoría de los adelantos tecnológicos provienen de Estados Unidos, y los que no, usan términos en inglés, que es lengua franca a estas alturas. Así que nos encontramos textos o conversaciones con neologismos como hashtag (al que volveré más adelante), back end, o similares. Poco a poco, se van traduciendo algunos de ellos, por lo que dejamos de hablar de mouse, y lo convertimos en ratón. Esto no me irrita tanto como el lenguaje de la moda. Todo, o casi todo, se deja de decir en nuestro idioma y se dice en inglés, no sé si con afán de notoriedad, o por estar más en la onda, o, ya puestos, ser cool, que dirían ellos. El ejemplo más notorio es de las mallas. Muy de moda en los ochenta, en años posteriores se habían convertido en un ejemplo de lo hortera en el vestir. Pero, por arte de birlibirloque, se convirtieron en leggins y se vendieron como churros. Así que ahora se masifica el uso del inglés: las gabardinas son trench, las americanas blazers y la Pasarela Cibeles es la Madrid Fashion Week. Todo ello es innecesario, y, a veces, absurdo.

Y hablando de gabardinas, os presento a la Brigada en Gabardina, de la editorial Vertigo.

Del otro lado tenemos a la Real Academia, aconsejando sobre el buen uso del castellano. Además de recordarnos las diferencias entre ahí, hay y ¡ay!, también tienen algo que decir con respecto a anglicismos, y palabras de otros idiomas. Por ejemplo, y hablando de hashtags, recomienda el uso de etiquetas, para mi gusto, un acierto. Sin embargo, y aprovechando el tuit de arriba, no me convence el uso de cuórum, ni, puestos a seguir con palabras con Q, referirme al país de Oriente Medio como Catar en vez de Qatar me gusta aún menos. Tengo que admitir que me gustan las palabras con letras poco habituales en castellano, como la q o la w. Por eso tiendo a escribir whisky (o whiskey si uso la grafía norteamericana) en vez de güisqui, que me pone los pelos de punta. Y si a Nacho le sonaba mal lo de Misuri, es peor aún Misisipí, en lugar de Mississippi, palabra que se puede usar para jugar a ver quién la deletrea más rápido (suena algo así como Em, ai, es, es ai, es, es ai, pi, pi, ai; salvando las distancias).

Pero tratándose de castellanizaciones que no soporto, hay una que bate el récord absoluto. La leí por primera vez en una novela de Harlan Coben, protagonizada por Myron Bolitar, pero cuyo nombre no recuerdo (probablemente, del propio espanto). Cada vez que la leo, o me veo obligado a escribirla me da urticaria, segrego bilis extra-maloliente y, como diría mi padre, monto en cólera visigoda. Esa palabra es jonrón, del inglés home-run, término del béisbol que denomina la consecución de un tanto. La traducción más literal sería “carrera hasta casa”, aunque yo optaría por “carrera a la (base de) meta”. Lo más habitual era referirse a este lance del juego como carrera. Pero se ha adoptado este americanismo (quizá cubano, por la aceptación que tiene allí este deporte). Y a mí se me llevan los demonios, hasta tal punto de contestar a mi amigo lo siguiente: «No a los anglicismos innecesarios, y no a las castellanizaciones horrorosas. Como use alguien jonrón, su hígado y mi puño tienen cita».

Y la primera parte de esa cita es el resumen de mi postura al respecto. Hay que encontrar un equilibrio. Ni estoy en contra de anglicismos, ni de castellanizaciones. Si puedes evitar un anglicismo, mejor. Por ejemplo, la Copa América de vela ahora se suele llamar America’s Cup, quizá para no confundirla con el torneo de fútbol. En cambio, a veces suena mejor un anglicismo. Se me ocurre la palabra riff, término del jazz que asimiló el rock y el heavy, y que se refiere a la repetición insistente de una breve melodía, como, por ejemplo, la de Smoke on the Water, de Deep Purple.

El equivalente sería ostinato, pero a mí me suena más a música clásica, por lo que me quedo con riff. Y, a ser posible, mejor no hacer castellanizaciones que hacen sangrar los ojos, como cederrón, o traducciones innecesarias, como referirse al grupo Nine Inch Nails como “Uñas de veinte centímetros” (sería mejor clavos). Dicha traducción la vi en El Traje del Muerto, de Joe Hill, y casi me da un pasmo. Seguro que si hago una búsqueda en Google de uñas de veinte centímetros, no me sale ningún vídeo de la banda de Trent Reznor. Un poco de criterio, por favor, aunque todos caigamos en la tentación, servidor el primero. No cuesta tanto.

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